Tigre y Chispa buscan manada. Carta a una nueva familia.

Sentía el calor en mis almohadillas. Hacía días que comenzaron a sangrar de todo lo que había andado ya...a penas pude comer durante días...de vez en cuando algún resto...casi nada me sabía bien. Y recuerdo la sed, mucha mucha sed... Buscaba con la mirada el calor del humano, sin quererme acercar mucho, temía lo peor, sabía que estaba muy débil y cualquier golpe podría ser terrible. Pero lo necesitaba, quería creer que el amor es posible, que yo era buena para alguien, porque yo soy buena, tengo que serlo, a penas me ha dado tiempo a ser de otra manera...

Y un buen día, buscando un poco de agua encontré a Tigre, él estaba como yo, sediento y demacrado, a penas tenía la misma expresión en los ojos que tiene hoy. Juntos bebimos del mismo charco y fue como las gotas de lluvia que de fusionan al encontrarse, ya no nos separamos.

Tigre había pasado por lo mismo que yo, estaba sólo y hundido, no entendía por qué le habían abandonado, hacía tan sólo unas semanas estaba jugando con sus hermanos y, ahora, bueno, ahora estábamos solos. Yo no le decía nada, pero seguro que echaba tanto de menos a su madre como lo hacía yo... aún puedo sentir sobre mi fina piel el calor de su lengua acicalándome...me sentía tan segura...Todo lo contrario a aquellos días de lluvia en los que a duras penas podía encontrar un lugar para refugiarme...o los días de calor...los días de calor son aún peores...nada puede resguardarte del calor insoportable de Sevilla.

Un día Tigre y yo no teníamos más fuerzas, a penas encontramos nada para comer aquel día y sentíamos como cuchillos clavándose en el estómago...así que nos tumbamos en el asfalto y, poco a poco, el ruido de los coches pasando iba desapareciendo, como si se tratara de un eco lejano. 

Casi habíamos cogido el sueño cuando, de pronto, el estruendo de una puerta cerrándose me despertó.
Tigre apenas se movía y yo quería despertarle, un humano se acercaba y mi compañero, mi hermano, era más confiado que yo. Sin embargo, a penas conseguía ponerme de pie. Estaba tan cansada...

Casi sin fuerzas acabé sucumbiendo al sueño más profundo y, cuando desperté, todo lo que había a mi alrededor era distinto. Estábamos en un hogar con otros perros, con dos humanos grandes y uno muy pequeñito que nos ponían agua limpia, que sabía bien, y mucha comida...Tigre estaba allí también, conmigo, aún estaba más débil que yo, pero tenía mejor aspecto...

El humano nos prometió que nos cuidaría hasta asegurarse de que estuviéramos bien. Nos cuidó día y noche hasta que ya no volvimos a sentir más esas terribles cuchillas afiladas en el estómago. Y jugamos y jugamos con otros perros y con los humanos. Ya sé que no son malos, sólo tuvimos mala suerte. 

Ahora queremos un hogar para nosotros. Queremos encontrar nuestra propia manada. Juntos, o por separado, queremos ser felices. El humano que nos cuida ya cuida a otros muchos peludos, así que ahora prefiere encontrarnos unas familias que puedan dedicarnos su amor y su tiempo, que nos ofrezcan todo el amor que nos ha ido faltando y nos traten tan bien como lo ha hecho nuestro actual humano. 

Por eso os preguntamos a todos...¿podemos formar parte de tu manada?

No hay comentarios:

Publicar un comentario